Ahora que ya se han pasado las fiestas de San Roque, todavía quedan en los pueblos de nuestra comarca unos cuantos veraneantes de los que han preferido venir a pasar el verano al calor de la familia y de los lugareños, o de los que han optado por acondicionar la casa familiar heredada (o comprada) en el clima saludable de nuestra montaña leonesa. Si, además, nos viene un agosto con altas temperaturas, mejor que mejor. Por eso, vuelvo a subirme a la columna de LA LIEBRE para rendir un homenaje a los que prefieren el veraneo de montaña antes que el de costa y playa.
"Siempre hay un grifo que se pierde en los bares donde se para el tiempo. Esas cantinas en las que se espesa el veraneo leonés al compás del golpeo de las cuarenta al tute sobre el tapete.
La sobremesa de conversaciones en las que arreglan los pueblos quienes, durante cuatro semanas como mucho, se visten por la mañana de vecinos para decidir cuándo se debe hacer el puerto que enverede el río; de qué color ha de pintarse la fachada del teleclub para que se disimule que antes fue una cuadra; cómo se tiene que limpiar el depósito para que el agua de la traída no decaiga en un hilín a mediodía; a quién hay que encargar que piense un proyecto de centro de interpretación de los aires que bajan del monte y curten el cutis; cuál sería el revulsivo para sacar a la zona de la progresiva despoblación que la mata por desidia, mientras la Junta organiza una ordenación territorial para ahorrar a raíz de diezmar el censo de habitantes; dónde contratar las orquestas en las que la cantante sincroniza la coreografía del bombero y la manguera con la letra de la canción.
Pasada la Asunción de la Virgen, confinado San Roque en el altarcillo de la iglesia en el que cultiva el polvo, la comunidad rural de la provincia leonesa guarda sus mejores galas, las del día del patrón, cuando los jóvenes del pueblo mañanean y los casados llevan a sus lebreles a dejar los cuartos en los caballitos de Bautista, cuando se acuerdan de que en los pueblos resulta mejor votar a la persona que al partido, aunque todo depende de lo bien que se lleve uno con el alcalde para que te deje ampliar el huerto, para que te asfalte la calle de la abuela o para que pase a urbana un cascajal de esos en los que lo único que prendió en los últimos diez años fue el culo y las rodillas de alguna azrrastrada de amanecer, las que más prestan, Afilador.
Una resaca dulce en la que todavía alguno cree encontrar una esperanza para el resurgir, después de despedir a la guaja que hace cuatro veranos que se convierte en novia de entretiempo y que no volverá una vez que se emancipe de sus padres. La rutina de la canción del verano y sus espejismos.
Un adiós que se escribe con los ojos y que envejece cada agosto, al ritmo que decrecen los días.
Unos minutos menos de luz cada tarde. Un año más que se va. Otra vez a empezar."
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